miércoles, 7 de octubre de 2009

Introducción

A coberto do mito de Orfeu a imaginação humana realizou a bem dizer todos os milagres desejados da poesia: suspendeu o terror primordial estabelecendo a ordem e a harmonia sobre os elementos hostis de uma Natureza obscura; encantou as divindades infernais alcançando delas permissão para regressar no tempo e pisar impune a linha da morte. Vencer o tempo e a morte é ser mais que deus pois é domar o destino que é mais que os deuses. Que mais poderiam desejar os homens ou a sua imaginação por eles?

Eduardo Lourenço. Tempo e Poesia. Lisboa, Relógio d’Agua. p. 52


El presente ensayo surge como una reflexión en torno a la escritura poética del siglo XX, temática consagrada en el seminario del poeta Nuno Júdice que tuvo lugar en la Universidade Nova de Lisboa durante la primavera del 2008. Durante las sesiones analizamos y comentamos una amplia gama de poesías portuguesas, francesas, germanas, inglesas. Ante tal diversidad de sensibilidades poéticas, -culturales y personales-, nos encontramos con algunas constantes de interés, principalmente las relacionadas con una inspiración compartida con la tradición de ruptura francesa como Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé. En estos poetas la puesta en cuestión del lenguaje poético y su innovación experimental haría florecer una inmensa riqueza de obras personales durante la segunda mitad del siglo XIX y todo el siglo XX.
Hemos recurrido a la imagen arquetípica del divino músico-poeta Orfeo y a la constelación mitológica de su figura como fundador de una cosmovisión que relaciona la música y la poesía con la estructuración del Universo y con la redención de la existencia para encaminarnos en una reflexión entorno al lugar de lo sagrado en la poesía del último siglo.
La mitología órfica nos habla de un crimen fundador en el que el más humano de los dioses, Dionisos, es asesinado a manos de los Titanes por orden de la diosa Hera. Distraído a fuerza de regalos, el inocente heredero del reino de Zeus -aún un niño-, es despedazado y sólo su corazón permanece intacto. Al enterarse del crimen, Zeus fulmina a los Titanes con su rayo. La humanidad nacerá de las cenizas de Dionisos combinadas con las de los Titanes. Por ello tendremos una parte bondadosa a imagen del dios y otra maléfica a imagen de los criminales.
Para la cosmovisión órfica, la memoria de este crimen consagrará la inmortalidad al alma. Vivir órficamente consistirá principalmente en abstenerse de cometer matanzas y concientizar que a imagen del cuerpo despedazado del dios y de su juguete preferido, -el espejo roto durante el crimen-, la vida se encuentra fragmentada. Cantar y poetizar devendrá la más noble ocupación sobre la Tierra. Orfeo predicará que cantar y poetizar consistirá en reunificar los elementos del mundo que fueron fragmentados a imagen de Dionisos despedazado. Poetizar será develar la armonía del Universo, la posibilidad de que animales y humanos olviden las necesidades de la carne (cruor significará carne y crueldad) y puedan vivir en apacible armonía.
Si bien Orfeo no fue olvidado durante los siglos que vieran nacer el mito cristiano y la consecuente Edad Media, -pues de hecho existe testimonio en diversas expresiones estéticas de la existencia de vasos comunicantes entre la figura del divino poeta y el dios crucificado- no fue quizá sino hasta el Romanticismo alemán que la sensibilidad poética haría renacer la imagen de aquel dios venidero del misticismo griego en un sincretismo con el hijo del dios judaico. Fue en aquel seminario de Tubinga que tres jóvenes Friedrich’s: Schelling, Hölderlin y Hegel, - (como el proyecto estético de Orpheu un siglo después: Pessoa, Sá-Carneiro y Negreiros), buscarían en la conjugación imaginaria de la noche de Eleusis con la de la Nativididad cristiana una esperanza espiritual ante la evidencia de una inercia de desacralización de la existencia. No nos detendremos en los postulados estéticos de Schelling que servirían de inspiración a Nietzsche para su primera obra sobre el nacimiento de la tragedia griega a partir de la primitiva religión de Dionisos -más emparentada con el dios órfico que con el popular dios del vino-, pero sí deseamos comentar el poema de Eleusis del joven Hegel que nos otorga una imagen muy diferente sobre la sensibilidad de aquel filósofo, quizá el más influyente para siglo XX. En aquellos hermosos versos no habla aún la voz de aquel constructor de un sistema monumental que tiene una respuesta racional para cada aspecto de la existencia humana histórica. Se trata de un canto de nostalgia por el enmudecimiento de la diosa madre Démeter, quien diera luz a Dionisos en la noche de Eleusis y cuyos misterios se festejaban a unos 30 kilómetros de Atenas. Ante tal pérdida, Hegel poetiza fraternalmente con su amigo Hölderlin la huida de los dioses, aquellos que acompañaran a nuestros ancestros durante sus alegrías y pesares y cuyas huellas de su otrora presencia en el mundo era ya difícil percibir en los albores positivistas del siglo XIX.
Si durante el Renacimiento de los siglos XV y XVI en Europa, la sabiduría y los dioses de la Antigüedad fueron redescubiertos, el positivismo del siglo XVIII y su consumación en los siglos XIX y XX dejó de interesarse por la interpretación mitológica del mundo y se lanzó a inventar sus propias verdades narrativas a través de la observación y experimentación, separándose de los valores de la sensibilidad estética y religiosa. Esta fractura sería percibida por escritores como Gérard de Nerval en su recuperación del sueño y la rememoración de mundos arcaicos en obras como Aurélia. Sigmund Freud tardaría casi cinco décadas en conceptualizar la vida onírica en su sistema de interpretación psicoanalítico. En la línea de un Novalis o un Nerval, los poetas como Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé explorarían vías alternativas en la creación poética generando una especie de violencia a las reglas de la composición poética. Lo incognoscible será accesible sólo a través de una ruptura. La apoteosis de dicha tradición de puesta en cuestión del lenguaje y la verdad serán evidentemente las vanguardias estéticas como el futurismo, el cubismo, el surrealismo. Con el objetivo de comprender esta continuidad entre las inquietudes del Romanticismo alemán, el Simbolismo francés y las Vanguardias estéticas, -incluyendo la conversión de éstas en Portugal con el Paulismo, el Sensacionismo y el Interseccionismo siguiendo la exposición del profesor Júdice-, la lectura del ensayo de Albert Béguin sobre el alma romántica y el sueño ha sido iluminadora.
Ya en pleno siglo XX y en tiempo de entre-guerras mundiales, recuperando la filología y filosofía presocrática y clásica griegas, método inspirado en parte por Nietzsche y conjugado con la herencia directa de la tradición fenomenológica de Edmund Husserl, Martin Heiddeger se dará a la tarea de exponer en su obra filosófica la importancia de la recuperación del lenguaje poético como portador de una verdad: planteamiento evidente para los artistas pero ciertamente incómodo para la disertación filosófica (fuera de la estética) que trata de acceder al conocimiento a través del discurso racionalizante que es la epistemología. Quizá Heidegger se equivocó al apoyar al partido nazi como rector universitario; también Ezra Pound cometió el error de apoyar a Mussolini y después ser condenado en su país. Eso aquí no nos interesa como tampoco discutir si su término del Ser es sólo una palabra para sustituir a la de Dios. Nos interesa enfatizar su dilucidación del lenguaje estético y particularmente de la poesía como una o sea como un des-encubrimiento de un olvido relacionado al origen de nuestro ser.
En su estudio de poetas como Helder, Hölderlin y Rilke, Heidegger encontrará un equivalente estético de sus elaborados planteamientos filosóficos. En la iluminación poética como diría Fernando Pessoa al hablar de aquel día glorioso del nacimiento de sus heterónimos en aquella carta ya clásica a João Gaspar Simões, lo sobrenatural se dará en abundancia. Por ello nos detendremos en la composición espontánea de los Sonetos a Orfeo de Rilke como un ejemplo de la búsqueda por decir el misterio de la existencia del ser humano aunado a la muerte. Una vez más, la figura de Orfeo reluce en el poeta como un medium de acceso a lo sagrado.
Lo sagrado es una estructura de la psique humana y que aún en tiempos en los que la ciencia, la tecnología y los valores materiales comenzaran a imperar en muchos aspectos de vida en la época moderna y particularmente con la aceleración tecnológica del siglo XX haciendo a un lado la importancia de los valores espirituales, la palabra poética sobrevive como una potencialidad hierofánica: la poesía surge ya no como una exaltación del origen del Universo, la genealogía de los dioses o la historia épica de un pueblo o nación, sino simplemente como un medium para decir la belleza del mundo, la cual, como propiedad de lo visible y lo invisible, es prueba de una geometría-armonía existente en el Universo. Aún desconocemos mucho de los mecanismos intrínsecos de la creación poética, así como de la estructura interna del Universo: las explicaciones científicas del siglo XX como la teoría cuántica y la teoría de las (super)cuerdas parecen remitirnos a tradiciones muy antiguas como la de los Vedas, el shivaísmo, el pitagorismo y el orfismo, describiendo el Universo como una danza vibratoria del cual sólo conocemos su música. Del Universo todavía desconocemos sus componentes: como del canto y de la música de los primitivos coros dionisiacos, como del de Orfeo o de las Sirenas, sólo sabemos de sus efectos pero no de su contenido. Lo que nos parece interesante resaltar como punto de intersección entre la investigación científica y la experimentación poética del siglo XX es la importancia de la musicalidad y el ritmo en los ámbitos que le son propios. Hay música y ritmo en el mundo físico y biológico así como en el cultural: en las estaciones del año; en la formación de territorios animales como en las aves y los cetáceos; en los ritmos naturales del cuerpo como la respiración y los ciclos circadianos; en los ritos de iniciación, en tiempos de orden y sublevación, en el nacimiento, esplendor y decadencia de las culturas. El ritmo es revelación de un orden temporal que se encuentra en el Cosmos. La poesía, su imagen…

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